Con Nosotros Hoy
ADVIENTO – DIOS CON NOSOTROS
Por fin, llegó el sueño. Allí, en la paja, en el más improbable de los lugares, María no pudo esperar más. El agotamiento venció su joven estructura, y ella sucumbió a un profundo sueño sin sueños — su cuerpo se recuperaba del trauma de dar a luz una nueva vida. Un llanto acabó por despertarla, y sus pesados parpados se abrieron de un tirón. El amanecer aún estaba distante, pero Su hambre no podía esperar. Ella aspiró la fresca noche mientras su mente se aclaraba. Todo lo que había pasado regresó para inundarla. Ella se sentó y lo vio a El allí, en el pesebre. Mientras ella había estado perdida en un sopor inconsciente, El permaneció allí, justo donde lo dejó. Su pequeño pecho subía y bajaba entre la ropa envuelta. La urgencia de su llanto apuraba, pero María suspiró con alivio. Él estaba bien. De hecho, Él estaba más que bien. Él estaba en casa. Jesús estaba con ella. Por primera vez desde el principio, Dios estaba realmente quedándose. Dios había venido muchas veces antes.
Él había comido con Abraham, se le había aparecido a Isaac y a Jacob, y había organizado un festín para Moisés y los ancianos de Israel en la cima del Monte Sinaí. Por grandiosos y terroríficos que fueran estos encuentros, siempre fueron fugaces. La majestuosidad de estos eventos fue momentánea – breve. Considera este relato dramático de lo que sucedió, después de que el ángel del SEÑOR visitara a Manoa y su esposa, para instruirlos con respecto al nacimiento de Sansón:
Entonces Manoa dijo al ángel del Señor: “Permítenos detenerte y prepararte un cabrito.” Y el ángel del Señor respondió a Manoa: “Aunque me detengas, no comeré de tu alimento, pero si preparas un holocausto, ofrécelo al Señor.” Y Manoa no sabía que era el ángel del Señor. Y Manoa dijo al ángel del Señor: “¿Cuál es tu nombre, para que cuando se cumplan tus palabras, te honremos?” El ángel del Señor le respondió: “¿Por qué preguntas mi nombre, viendo que es maravilloso (incomprensible)?” Entonces Manoa tomó el cabrito con la ofrenda de cereal y los ofreció sobre una piedra al Señor, y el ángel hizo maravillas mientras que Manoa y su mujer observaban. Pues sucedió que cuando la llama subía del altar hacia el cielo, el ángel del Señor ascendió en la llama del altar. Al ver esto, Manoa y su mujer cayeron rostro en tierra. El ángel del Señor no se volvió a aparecer a Manoa ni a su mujer. Entonces Manoa supo que era el ángel del Señor. Y Manoa dijo a su mujer: “Ciertamente moriremos, porque hemos visto a Dios.” (Jueces 13:15-22 NBLH)
Y eso lo resumió todo. Estas visitas, llamadas teofanías, fueron como destellos de relámpagos, brillantes, que luego desaparecieron como humo que se elevaba hacia los cielos. Sin embargo, con Jesús, fue diferente. Él era como el sol, cálido, firme y constante, la luz del mundo (Juan 8:12).
La Encarnación…
Cuando Dios se hizo hombre, no fue una simple aparición cameo para nostálgicas procesiones Navideñas que buscan manipular nuestros sentimientos.
Se unió a este drama trágico llamado la historia humana y se convirtió en su actor principal — volteando la trama al revés. Él estaba allí en la Ciudad de David (Jerusalén) después de que los ángeles habían regresado a su morada celestial. Su gran capitán se quedó. Jesús estuvo allí en Belén después de que los pastores reanudaron el cuidado de sus rebaños, y sus dos nuevos padres buscaron una vivienda más estable en un lugar que no era su hogar. No sabemos nada de su vida hasta el octavo día cuando fue circuncidado y nombrado formalmente. Dios había venido, y estaba siendo cargado por dos padres privados de sueño, mientras vagaban por esas antiguas y estrechas calles, desesperados por que alguien les mostrara un poco de hospitalidad.
¿Qué pasa con todos estos días, tantos miles de días, de los cuales nada se registra para nosotros? Un velo de oscuridad los oculta de nuestra mirada, pero seguramente, Él estaba allí. Dios con nosotros. Él estaba allí en las mañanas nubladas y las tardes sofocantes. Él estaba allí en el taller donde aprendió carpintería de su padre para alimentar a sus hermanos y hermanas. Él estaba en la sinagoga cuando era niño, con los otros niños de su edad. Jesús estuvo presente en los funerales y las bodas de los aldeanos que habitaron esas casas anónimas en el tranquilo pueblo de Nazaret. Dios descendió a lo común. Él se sumergió en lo ordinario. Caminó junto a la humanidad en todo su quebrantamiento y devastación. Él sufrió con nosotros.
Adviento. Venida.
Es un momento no solo para recordar esa hora luminosa de su llegada, sino también para absorber profundamente la verdad de que Jesús vino y habitó entre nosotros. Se quedó con nosotros.
Jesús fue nuestro vecino y amigo. Él fue quien nos vendió las mesas y luego se sentó a nuestro lado en el pozo. Por supuesto, todos somos dolorosamente conscientes de que Jesús no está aquí ahora. Él ya no está con nosotros. Jesús ofreció una declaración eterna y autorizada de cómo es realmente Dios, y de cómo desea relacionarse con los hombres y las mujeres a lo largo de todas las edades. Si bien Jesús no está físicamente presente con nosotros en este momento, Él puede hacer su morada en nuestros corazones a través de Su Espíritu, para que podamos caminar en una relación cercana con Él. Quizás estés leyendo estas palabras y, sin embargo, nunca has decidido confiar realmente en Jesús para tu salvación, y ser su amigo. Tal vez hayas pasado muchas temporadas de Navidad en la iglesia, pero te das cuenta de que tu corazón se ha alejado del Señor. No importa de dónde venimos, el advenimiento es un momento para que todos nos acerquemos al fuego del hogar. Es un momento para prestar atención a la gloria y el misterio de lo que comenzó en un pesebre y terminará con la venida de Dios, para habitar entre nosotros de nuevo, para siempre.
Busca una Biblia hoy. Puedes leer la historia de Jesús por ti mismo. Ve a las páginas del evangelio de San Juan. El corazón de Jesús late por nosotros en cada palabra escrita. Su historia es tu historia, y Él te invita a que vengas a Él hoy. Él será Dios contigo.